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Domingo III de Cuaresma (C) (20 marzo 2022)

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Domingos y Festivos.

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(Lc 13: 1-9)

Estaban presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios. Y en respuesta les dijo: -¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los galileos, porque padecieron tales cosas? No, os lo aseguro; pero si no os convertís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? No, os lo aseguro; pero si no os convertís, todos pereceréis igualmente. Les decía esta parábola: -Un hombre tenía una higuera plantada en su viña y fue a buscar en ella fruto y no lo encontró. Entonces le dijo al viñador: «Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde?» Pero él le respondió: «Señor, déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la cortarás».

“Le contaban (a Jesús) lo de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios. Y en respuesta les dijo: -¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los galileos, porque padecieron tales cosas? No, os lo aseguro”

En el evangelio de hoy el Señor critica la errónea asociación que hacen muchos cristianos entre los sufrimientos de esta vida y los pecados que se hayan podido cometer. Es frecuente oír a personas con no mucha fe reclamarle a Dios: “¿Qué malo he hecho yo para que me trates así?” Aunque a decir verdad, la misericordia infinita de Dios hace que no seamos tratados como realmente merecemos a causa de nuestros pecados. El problema real es que no nos damos cuenta de que la gravedad de nuestros pecados sería más que suficiente para que recibiéramos esos castigos y castigos incluso mayores. De todos modos, en el evangelio de hoy, el Señor declara que en esta vida no podemos establecer esa relación.

La enseñanza que trae el evangelio de hoy, y que el Señor repite en varias ocasiones es que los pecados de nuestra vida sí serán capaces de condenarnos si no nos arrepentimos y cambiamos de conducta.

Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde? Señor, déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la cortarás

El Señor concluye esta enseñanza poniendo el ejemplo de la higuera a la cual fue el dueño de la finca a buscar fruto durante varios años seguidos, pero ésta no producía ninguno, por lo que le dijo al viñador que la arrancara. Éste, a su vez, le dijo al dueño que le iba a dar una última oportunidad, y si el año siguiente no producía fruto que entonces la cortaría.

El mensaje de Jesús es claro. Es un llamado al arrepentimiento y al cambio de vida. El Señor, que es nuestro dueño, ha venido en multitud de ocasiones a recoger el fruto que esperaba de cada uno de nosotros, y con mucha frecuencia ha descubierto que no hemos producido ninguno. Ahora, nos da una nueva oportunidad; pero al mismo tiempo nos avisa seriamente que si no empezamos a dar fruto seremos cortados y arrojados al fuego ardiente.

Creo que el mensaje es suficientemente claro por sí mismo y no hace falta añadir nada más.