Nos asusta la muerte pero no la condenación eterna

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Teología y Catecismo.

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Hace unos días, me comentaba una persona su gran preocupación por tantas enfermedades que nos atacan, y que angustiada por ello, había acudido inmediatamente al médico para realizarse un chequeo.

Sin duda, cuidar nuestro cuerpo, es una obligación que tenemos, pero, no nos causan el mismo desasosiego las enfermedades del alma. Buscamos la medicina de la inmortalidad, que no existe y rechazamos el tratamiento que nos permite estar en gracia de Dios,los Sacramentosy la vida de Piedad. Hoy en día, aunque parece una paradoja, vivimos preocupados por vivir.

Una gripe, nos llena de angustia; un pecado, nos da igual. Un poco de tos, nos hace tomar inmediatamente un antibiótico; acumular faltas, lo consideramos tema para beatos. Nos asusta la muerte, pero no la condenación. Curioso… ¿Nuestra esperanza está fundada en la vida terrenal, o en la Vida eterna?

Nos vamos a operar y nos entran unos miedos absurdos a morir, como si el superar una operación nos garantizara la inmortalidad. Sin embargo, no vamos a confesarnos y a Comulgar antes de entrar al quirófano y si alguien nos lo sugiere, respondemos con mala disposición.

Cuando hay un enfermo en una casa o en un hospital, se llama al médico, ante cualquier pequeña variación en la temperatura corporal, pero al sacerdote, sólo se le llama, cuando ya no está consciente o incluso, cuando ya ha fallecido.

Es una falta de fe lo que quita el valor de avisar a los enfermos de que la muerte está cerca, y es gran perjuicio engañarles e impedir así que se preparen”.

Nuestras conversaciones están llenas de angustias absurdas. Todo el mundo enferma y todo el mundo muere y lo que hay que hacer es preocuparse de cómo será ese final. Si superaremos ese último chequeo de nuestra alma. Nuestros miedos, sólo revelan una falta de Fe absoluta.

Recomendamos restaurantes, libros, películas y no hacemos lo mismo con los Sacramentos. Los Católicos deberíamos de cuidar nuestra alma, tal y como hacemos con nuestro cuerpo. ¿Acaso no es importante el beneficio que nos supone vivir en Gracia de Dios?

Si el médico nos recomienda ir a un gimnasio, no sólo vamos aunque no nos apetezca, sino que animamos a otros a que nos acompañen, ¿Por qué no hacemos lo mismo cuando acudimos a la Santa Misa? ¿Por qué no invitamos a otras personas a venir con nosotros, en vez de citarnos al terminar? 

Muchas veces se acude a la Misa Dominical, como un mero cumplimiento, deseando que el sacerdote no se alargue ni un minuto más de lo estipulado.

Ponemos impedimentos a que las vitaminas de la Gracia, penetren en nuestro interior. ¿Y a diario? La Misa del día, ni muchísimo menos, es una meta para nadie. El que trabaja, argumenta que sus obligaciones le impiden perder 20 minutos… ¡Como resplandecería nuestra alma, si frecuentáramos todos los días la Santa Misa! Pero por lo visto esto nos preocupa poco, por no decir, que nos da exactamente igual.

¿A cuántas personas acercamos diariamente al Sacramento de la Confesión? ¿Y mensualmente? La respuesta es la misma. La gente no se confiesa y mucho menos, lógicamente, tampoco invita a otros a hacerlo. Ni siquiera el clero, a veces, anima a ello. Los Confesionarios sin luz y sin cura, sólo indican una cosa, que el médico del alma, está “cerrado por vacaciones”.

¿Qué resultado obtendríamos si pudiéramos ver un chequeo mensual sobre nuestra vida espiritual? Posiblemente, muy flojo. No frecuentamos los sacramentos y cuando lo hacemos, es de cualquier manera. El mejor ejemplo es que llegamos a Misa, tarde y mal.

Nos sentamos a ver la televisión, acudimos a un espectáculo, vamos al cine, al gimnasio…pero no dedicamos ni media hora al día a una lectura espiritual. Trabajamos, comemos, dormimos y dejamos de lado lo más importante, nuestra relación con Dios. Los sagrarios están abandonados y las cafeterías llenas. Es cierto que hay crisis, pero de Fe.

¿Dónde están los retiros, meditaciones, rezo del Ángelus, Exposición del Santísimo, Hora Santa, Formación de adultos…?

Descuidamos preparar nuestra alma para el Juicio final; y es ahí donde de verdad debería preocuparnos que el “reconocimiento médico” fuera perfecto, pues después de él, ya no habrá remedio.

La vida interior del cristiano supone el estado de gracia, que es lo contrario del estado de pecado mortal. Y en el plan actual de la Providencia, toda alma o está en estado de gracia o en estado de pecado mortal. Con otras palabras, o está de cara a Dios o está de espaldas a Él”

Nota: Tomado de "Adelante la fe" - artículo con el mismo título.