cuatrosantos

Domingo I de Cuaresma (C) (9 marzo 2025)

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Domingos y Festivos.

Jesus temptations 

Lc 4: 1-13

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. No comió nada en estos días, y al final sintió hambre. Entonces le dijo el diablo: -Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Y Jesús le respondió: -Escrito está: "No sólo de pan vivirá el hombre". Después el diablo lo llevó a un lugar elevado y le mostró todos los reinos de la superficie de la tierra en un instante y le dijo: -Te daré todo este poder y su gloria, porque me han sido entregados y los doy a quien quiero. Por tanto, si me adoras, todo será tuyo. Y Jesús le respondió: -Escrito está: "Adorarás al Señor tu Dios y solamente a Él darás culto". Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso sobre el pináculo del Templo  y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, arrójate de aquí abajo, porque escrito está: "Dará órdenes a sus ángeles sobre ti para que te protejan y te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra". Y Jesús le respondió: -Dicho está: "No tentarás al Señor tu Dios". Y terminada toda tentación, el diablo se apartó de él hasta el momento oportuno”.

Es muy importante distinguir entre “tentación” y “pecado”. La tentación no es pecado. Se comete pecado cuando uno cae voluntaria y conscientemente en la tentación.

Una cosa hay que tener bien clara: disponemos de toda la ayuda necesaria de parte de Dios para vencer cada una de las tentaciones que el Demonio nos presente. Nadie es tentado por encima de sus fuerzas:“Dios que es fiel no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas; antes bien, les dará al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10, 13). El poder que tiene el Demonio sobre los seres humanos a través de la tentación es limitado. Con Cristo no tenemos nada que temer. Nada ni nadie puede hacernos mal, si nosotros mismos no lo deseamos.

Las tentaciones son pruebas que Dios permite para darnos la oportunidad de aumentar los méritos que vamos acumulando para nuestra salvación. La lucha contra las tentaciones es como el entrenamiento de los deportistas para ganar la carrera hacia nuestra meta que es el Cielo. (2 Tim. 4, 7). Las tentaciones sirven para que los seres humanos tengamos la posibilidad de optar libremente por Dios. También sirven para no ensoberbecernos creyéndonos autosuficientes y sin necesidad de Cristo Redentor.

La Cuaresma: tiempo de conversión

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Teología y Catecismo.

monasterio 

El otro día, leyendo el artículo del Padre Lucas, sobre el miércoles de ceniza, venía a mi cabeza el cómo nos preparaba mi madre para ese gran día que marcaba el principio de la Cuaresma. Para nosotros, no había “entierro de la sardina” o fin del carnaval, lo importante y principal era ir a la Santa Misa y que nos impusieran la ceniza. Nada parecido a lo que sucede actualmente, que da igual el tiempo litúrgico en el que estemos, lo más llamativo que se ve en las Parroquias, por poner un ejemplo, es el paso del adviento a la Navidad, con una corona con cuatro velas, marcando una por domingo, como en el colegio, cuando nos enseñaban a sumar: Comunidad Parroquial adulta

Cuando llega la Cuaresma, nada que nos recuerde o nos invite a vivir este tiempo como una conversión. Lejos quedan aquellas recomendaciones u obligaciones de nuestros progenitores y de nuestros Párrocos, de no ir al cine, de respetar el ayuno y la abstinencia, de no escuchar música frívola, ausencia de televisión, etc… Parece que en vez de 20 años, hayan pasado 20 siglos. Todas estas delicadezas, causan hasta hilaridad en estos tiempos y lo más lamentable, es que es dentro de nuestra Iglesia, donde se reniega de todas estas pequeñas cosas, que tanto acercan nuestra alma a Dios. 

Lo máximo que hay en las Parroquias, en tiempo de cuaresma es el Sacramento de la Confesión, en plan partido de fútbol gratuito. Se congrega un día determinado a toda la comunidad para que una vez escuchada una lectura, la gente pase por el altar, como quien pasa por la taquilla a comprar una entrada, en este caso, a recibir la absolución de los pecados. Esto es lo que se promociona en Cuaresma, los más atrevidos, incluso,  con absolución comunitaria, a la vista de cualquier Obispo, que prefieren mirar para otro lado.

A Jorgito no le va bien la Cuaresma

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Teología y Catecismo.

cuaresmajorgito

La Cuaresma de Jorgito no marchaba bien. Nuestro protagonista (que es pequeño, pero no tonto) se dio cuenta de que algo fallaba. Cada día que pasaba se notaba más frio, con mayor dureza de corazón; estaba irascible y distraído. Por si fuera poco, su gran Amigo, Jesús, no se le aparecía en la oración de las noches, y aunque lo buscaba, terminaba durmiéndose en la soledad oscura de su dormitorio. Jorgito andaba preocupado.

Llevaba así desde Miércoles de Ceniza. Ese día, acudió a Misa junto a su familia; como todos los años. Pero, en esta ocasión, se percató de la actitud del resto de feligreses, y en especial, de los niños de catequesis. Obligado por don Antonio a “ponerse las cenizas”, la Santa Misa se convirtió en un vaivén de niños lectores, de risas burlonas ante los atragantos de lectura, y de padres aburridos ojeando el reloj sin pudor alguno, a la espera de que llegara el socorrido “Podéis ir en paz”.

Jorgito se entristeció mucho. Tanto que durante la ruidosa Consagración, prometió al Señor regalarle una buena Cuaresma. “Haré muchas penitencias, Señor. No haré como mis compañeros de catequesis que viven ajenos a ti”. Por eso, esa noche, se dedicó a preparar un plan cuaresmal. Uno en toda regla. Incluyó oración, limosna, ayuno y penitencia. Cuando terminó lo contempló orgulloso. ¡Tenía de todo! El problema es que acabó tan cansado, que se olvidó de despedirse del Señor. Cayó rendido en la almohada.

Cuentos con moraleja: "El pueblo que desapareció bajo las aguas"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

Banaue

Hace ya mucho, pero que mucho tiempo, había un misionero en Filipinas destinado a cuidar de los cristianos de varios pueblecitos. Para hablarles del amor de Dios y de los caminos que a veces utilizaba para enseñarles, solía inventarse cuentos sencillos como éste, cargados de una profunda moraleja.

Había en las costas de Filipinas a mediados del siglo XX un pequeño pueblo llamado Hinuatán lleno de pescadores y campesinos bastante descreídos. Sus gentes vivían de la pesca y del arroz que cultivaban en los arrozales de las laderas de las montañas cercanas al pueblo.

Casi en lo alto de la montaña que miraba al pueblo y al mar vivía un anciano con su nieto. Desde allí contemplaban el ir y venir de los pescadores con sus barcas y de los campesinos cuando iban a sus arrozales. Conocían y amaban a todos los vecinos y a éstos les gustaba saber que, desde la altura, el abuelo velaba por ellos con afecto.

Un día, estando ya el arroz casi maduro y las rubias espigas balanceándose al viento y al sol, el abuelo oteaba a lo lejos preocupado. Había percibido algo extraño. A lo lejos se levantaba una gigantesca cortina de agua, como si el mar y el cielo se hubiesen unido. El abuelo se puso la mano en la frente, a modo de visera, para observar mejor. Al cabo de unos instantes, se volvió hacia la casa y gritó:

— ¡Juan! vete al fuego y trae dos tizones encendidos! ¡Corre!