Cuentos con moraleja: "Emily tiene los ojos castaños"
Emily era una preciosa niña de tres años de edad. Su familia era cristiana de verdad. Iban todos los domingos a Misa, rezaban en casa juntos el Rosario, daban gracias a Dios e incluso el padre leía la Biblia y luego todos la comentaban... Por todo ello, Emily creció siempre en un ambiente lleno de paz y felicidad.
Sólo había un problema que le inquietaba. Le preocupaba tanto que incluso rezaba a Dios para que le concediera una inmensa gracia, ¿que cuál era? Resulta que tanto su padre como su madre y sus otro cinco hermanos tenían todos los ojos azules; todos, menos Emily. El sueño de Emily era tener ojos azules como el mar o como el cielo. ¡Ah! ¡Cómo Emily deseaba eso! Para ella era un sueño; incluso más, casi una obsesión.
Un día, mientras recibía catequesis de primera comunión en la parroquia, oyó a la señorita decir:
- Dios responde a todas nuestras oraciones.
Emily pasó todo el día pensando en eso. A la noche, a la hora de dormir, se arrodilló al lado de su cama y rezó del siguiente modo:
- Querido Jesús, te doy las gracias por haber creado un mar tan azul, tan hermoso, tan lleno de vida. Te doy también muchas gracias por la familia tan buena que me has concedido. Te pido también por la abuela que últimamente está un poco triste pues se murió el abuelo el otro día; aunque creo que tú ya lo sabes. Te pido también por el abuelo para que lo tengas en el cielo…; y también me gustaría pedirte por una cosa, aunque me da vergüenza. ¡Bueno te lo digo porque sé que no te vas a reír y porque sé que me quieres mucho! Me gustaría pedir... por favor... cuando me despierte mañana, quiero tener ojos azules como los de mamá. Un beso ¡muahh! Amén.
Ella tuvo fe. La fe pura y verdadera de un niño. Y, al despertar el día siguiente, corrió al espejo, miró... y ¿cuál era el color de sus ojos ?... ¡continuaban castaños! ¿Por qué Dios no oyó a Emily? ¿Por qué no atendió a su pedido? ¡Eso habría fortalecido su fe! Aquel día Emily aprendió que un NO también era respuesta. La niñita agradeció a Dios de todos modos... aunque...no entendía…sólo confiaba.
Pasaron bastantes años y Emily, que se había hecho religiosa, se fue como misionera a la India. Su misión era salvar niños. ¿Que cómo los salvaba? Compraba niños para Dios. Los niños eran vendidos en un templo dedicado al dios Vishnu; donde por extrañas circunstancias todavía realizaban sacrificios humanos para aplacar la ira divina. Según me contó ella misma, las familias pobres que no tenían para mantener a sus hijos los vendían en el templo. Es por ello que Emily iba al templo todos los días y los compraba para que no murieran sacrificados. Pero para poder entrar en los templos de la India sin ser reconocida como extranjera, necesitó disfrazarse de hindú. Se cubrió la piel con polvo de café para así oscurecerla, se vistió como las mujeres del lugar y cubrió sus cabellos. De ese modo, disfrazada de hindú podía caminar libremente dentro del templo sin levantar sospechas.
Un día, una amiga misionera la vio disfrazada y le dijo:
- ¡Uauh, Emily! ¿Ya pensaste cómo harías para disfrazarte si tuvieses ojos claros como los tienen todos los de tu familia? ¡Qué Dios más inteligente servimos!... Él te dio ojos muy oscuros, pues sabía que eso sería esencial para la misión que te confiaría después.
Esa amiga no sabía cuánto había llorado Emily en la infancia por no tener ojos azules... Pero Emily pudo finalmente entender el porqué de aquél NO de Dios hacía tantos años.
Yo, y probablemente tú también, conozco muchos casos parecidos. ¡Cuántas cosas hay que nos gustaría recibir de Dios, pero que en cambio Dios no nos otorga! A veces, incluso, llegamos a sentirnos desgraciados y hasta abandonados. Dios siempre tiene una razón para hacer y permitir lo que hace y permite. Algunas veces nos las hará saber; pero la mayoría de ellas, como un buen Padre, preferirá que confiemos en Él. Y es que Dios ¡nos ama tanto y confía tanto en nosotros!
Dios oye, sí, TODAS las oraciones... Pero Él las responde de manera sabia. No necesitas llorar si tus ojos continúan castaños... o si aún no fuiste escuchado como te gustaría. Ten siempre esta seguridad en tu corazón: ¡Dios tiene el control de todo! Y si en algún momento la duda se apodera de ti recuerda la respuesta que recibió San Pablo en medio de sus tribulaciones: “Te basta mi gracia” (2 Cor 12:9).