Domingo X del T.O. (C) (5 junio 2016)
“Marchó Jesús a una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Al acercarse a la puerta de la ciudad, resultó que llevaban a enterrar un difunto, hijo único de su madre, que era viuda. Y la acompañaba una gran muchedumbre de la ciudad. El Señor la vio y se compadeció de ella. Y le dijo: -No llores. Se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: -Muchacho, a ti te digo, levántate. Y el que estaba muerto se incorporó y comenzó a hablar. Y se lo entregó a su madre. Y se llenaron todos de temor y glorificaban a Dios diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Esta opinión sobre él se divulgó por toda Judea y por todas las regiones vecinas”. (Lc 7: 11-17)
Allá donde iba Jesús, siempre estaba acompañado por sus discípulos; y en muchas ocasiones, también por una gran muchedumbre expectante para ver y oír a Jesús.
La personalidad de Jesús era profundamente cautivadora; sus palabras daban consuelo y sus acciones no eran más que el resultado de su amor por todos los que le rodeaban. Como nos dice San Pedro “pasó toda su vida haciendo el bien” (Hech 10:38). Él había venido para que tuviéramos vida, y una vida abundante.
A la entrada de Jesús a la ciudad de Naín, se encuentra con un cortejo fúnebre que era especial: Estaban llevando a enterrar al hijo único de una mujer, que además era viuda. Para esta mujer, las principales cosas que daban alegría a su día a día habían desaparecido; primero lo hizo su marido y luego su único hijo.
Todos podemos imaginarnos una situación semejante, aunque sólo la entenderán realmente los que hayan pasado por hechos parecidos. Jesús se hace cargo del sufrimiento de esta mujer y desea ponerle fin. Él estaba dispuesto a cambiar el curso de la naturaleza para traer de nuevo alegría al corazón de esta mujer.
Jesús se acercó al féretro ante la expectación de todos los que les rodeaban y se dirigió al muerto: “Muchacho, a ti te digo, ¡lévantate!”. Una vez resucitado el joven, Jesús se lo entregó a su madre. Ante las maravillas hechas por Jesús, las gentes glorificaban a Dios diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo”.
El poder y el amor de Cristo no se han recortado; pero lo que sí que ha disminuido es la fe del hombre. “Si tuviéramos fe como un grano de mostaza…” Esto es quizás lo que nos falta para que Dios siga haciendo milagros entre nosotros y saque a la sociedad de la postración en la que se encuentra.
Este evangelio tiene otras muchas enseñanzas, una de ellas es el hecho de que Jesús se compadecía ante los problemas de las personas. Era incapaz de pasar de largo. ¡Cuántas veces las personas se acercan a nosotros solicitando nuestra ayuda y sencillamente nos sentimos excusados pues no consideramos que sea nuestro problema, o sencillamente nos limitamos a pasar de largo.