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A la Virgen María

¿Es el demonio un ser real?

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Teología y Catecismo.

  • ¿Es el demonio un ser real?
    • Por supuesto.
    • En el demonio no existe nada de bondad, sino que todo es odio y maldad hacia Dios, hacia los hombres, y en general hacia todo lo creado
    • El demonio nos tienta, pero no todas las tentaciones vienen del demonio. A veces es el mismo hombre el que se pone en la tentación.
  • La tentación:
    • Es una prueba que sufrimos y en la que se nos invita a hacer el mal.
    • La tentación no es pecado. Lo que es pecado es caer en la tentación.
    • También es pecado ponerse voluntariamente en el peligro de la tentación.
  • La posesión diabólica:
    • Puede ser del cuerpo: cuando el demonio se posee de nuestro cuerpo para obrar.
    • Puede ser del alma: cuando nosotros vendemos nuestra alma al demonio para conseguir de él ciertos poderes. 
  • Los exorcismos:
    • Son ciertas oraciones y ritos que un exorcista realiza para expulsar al demonio de nuestro cuerpo.

Teólogos y autores espirituales dicen que el gran triunfo del demonio en nuestra época ha sido hacer creer al hombre que Satanás no existe. Que el demonio no es más que una personificación de nuestra propia conciencia de castigo cuando hacemos algo malo. Es una de las estrategias que está usando el demonio en estos tiempos; y la verdad, está ganando a muchos a través de ella. El demonio usa un truco psicológico que está engañando al hombre: ¿de qué vale un semáforo rojo si el conductor sabe que luego no hay un policía o una cámara que capte su infracción y le aplique un castigo? Si no hay demonio, ¿quién nos va a castigar?

Más temor le tendríamos al demonio y al infierno si nos diéramos cuenta de lo que le pasa a los condenados. Desde el momento en que una persona muere y es condenada, su alma se transforma en diabólica. Por más que se le ofreciera la oportunidad de arrepentirse nunca lo aceptaría. Ese alma odiará a Dios y a los hombres por toda la eternidad. Y además, será odiada por los demás demonios y hombres. Recordemos que en el infierno no hay ni un átomo de felicidad o paz. Todo es tristeza, desesperación, odio, vacío. Y además, ¡por toda la eternidad!

Pero tampoco nos damos cuenta del estado de nuestra alma cuando estamos en pecado mortal. Hemos sido separados de Cristo (recordar la parábola de la vid y los sarmientos). Perdemos la filiación divina, la gracia santificante... En una palabra, el demonio se apodera de nosotros y sería capaz de destruirnos si no fuera por la misericordia de Dios que siempre nos ofrece el perdón y una nueva oportunidad si nos arrepentimos y confesamos. ¡Cuántas personas viven permanentemente en estado de pecado mortal! Si se dieran cuenta del demonio que habita en ellos harían un esfuerzo mayor para confesarse cuanto antes. ¡Qué fea es el alma de un pecador obstinado en su pecado!

Aunque esa no sea la razón principal para ser buenos, al menos es una razón suficiente para pensar dos veces antes de elegir el mal camino. Pero claro, el demonio evita a toda costa que pensemos en ello; bien porque no tengamos conciencia del estado de nuestra alma, bien porque nos haga creer que todo eso del infierno, demonio... no son más que patrañas de los "curas" inventadas para no dejarnos ser felices aquí en la tierra.

Los demonios son espíritus puros (ángeles) que desobedecieron a Dios y fueron condenados al infierno. El demonio odia a Dios y a todas las criaturas; es por ello que mantiene una lucha continua con el fin de destruir y hacer suyo a todo a aquel que se quiera acercar a Dios. No nos debemos asustar si somos tentados. Podemos tener la seguridad que siempre tendremos las fuerzas necesarias (la gracia) para rechazar la tentación. Recordemos lo que nos dice S. Pablo: "Nunca seremos tentados por encima de nuestras fuerzas" (1 Cor 10:13). Además, una tentación superada se convierte en una prueba de amor, pues cuando elegimos a Dios le estamos diciendo que le preferimos a Él. Así pues, la tentación que había sido puesta por el demonio para hacernos caer se convierte en una ocasión de aumentar en gracia y santidad.