pavorula.jpg

Reacciones del alma ante Jesús Sacramentado

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Eucaristía.

pio jesus sacramentadoEl primer sentimiento o reacción es de adoración: Pues sabemos que estamos ante Dios; Dios hecho hombre y realmente presente en la Hostia Consagrada con toda su humanidad y divinidad. Es por ello que ante su presencia nos ponemos de rodillas. “A sólo Él adorarás”. (Deut 6:13)

El segundo sentimiento es de amor: Al saber que se ha quedado con nosotros para siempre hasta la consumación del mundo. Siempre nos espera con el corazón dispuesto y los brazos abiertos. ¡Cuántos deliciosos momentos podríamos pasarnos con nuestro mejor Amigo!

El tercer sentimiento es de agradecimiento: Por habernos amado tanto y por haber dado su vida por nosotros. “Tanto amó al mundo que dio su vida…”

El cuarto sentimiento es de alegría: Al saber que Él también nos ama, nos alimenta, cuida de nosotros, no nos deja solos, es nuestro amigo. “Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar” (Jn 16:22)

El quinto sentimiento es de pena y dolor: Al saber que para podernos salvar ha tenido que morir crucificado. Nosotros hemos sido causantes de su sufrimiento y por eso nos da pena ver cómo sufre. Al mismo tiempo nos da pena ver que le seguimos haciendo sufrir con nuestros pecados y nuestra indiferencia.

El sexto sentimiento es de esperanza: Al saber que la Eucaristía es prenda de eternidad. “El que me coma vivirá eternamente”. (Jn 6: 44-51)

El séptimo sentimiento es de “hambre” espiritual: El hombre que se siente saciado con las cosas del mundo es incapaz de sentir hambre Dios. Pero cuando nosotros somos capaces de dejarlo todo por Cristo, entonces aparece en nuestra alma “el hambre de Dios”. El ardiente deseo de recibirlo en nuestro corazón para calmar ese vacío que sentimos sin Él. Hambre que sólo Él puede saciar. Si tienes hambre de Dios es porque tu corazón es puro y no se ha dejado atrapar por las cosas del mundo.

Y así podríamos seguir. Jesús Sacramentado despierta en nosotros multitud de sentimientos, que en el fondo no son más que el entramado de nuestro amor a Dios.