Solemnidad de Pentecostés (C) (5 junio 2022)
Celebramos hoy la Solemnidad de Pentecostés.
Cincuenta días después de la Resurrección de Jesucristo, y diez días después de su Ascensión, Jesús, como había prometido, nos mandó su Espíritu para que se hiciera realidad en nosotros la nueva vida que Él nos había conseguido a través de su muerte y resurrección
En aquel tiempo fueron los apóstoles y la Virgen María quienes, reunidos en el Cenáculo, recibieron el Espíritu Santo. Ahora, somos nosotros quienes le recibimos a través de los sacramentos.
Con el Espíritu Santo recibimos una nueva vida, la vida sobrenatural, que nos hace hijos de Dios por adopción, receptores de sus dones y frutos (Gal 5:22-23). El Espíritu Santo es para nuestras almas lo que el corazón es para nuestro cuerpo. Sin corazón no podemos vivir; pues sin el Espíritu Santo en nosotros estamos “espiritualmente muertos”. Por la gracia santificante que nos da el Espíritu somos hechos hijos de Dios; y como hijos, herederos del premio eterno del cielo.
Es el Espíritu Santo el que ora en nosotros con gemidos inenarrables (Rom 8:26). Y es Él también quien nos enseña a orar (Lc 12:12). Él nos consuela en nuestros sufrimientos (Jn 14:26) y llena nuestro corazón de alegría y paz (Gal 5:22)
El Espíritu Santo es además el que nos perdona nuestros pecados a través de la confesión sacramental (Jn 20:23).
Recibimos por primera vez al Espíritu Santo cuando nos bautizamos; y luego lo volvemos a recibir cada vez que nos acercamos dignamente a cualquiera de los sacramentos. El sacramento por excelencia del Espíritu Santo es la Confirmación. En él recibimos la plenitud del Espíritu.
El cristiano es además templo del Espíritu Santo: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3:16)
El Espíritu Santo nos abandona cuando cometemos un pecado mortal. Sólo la confesión limpia nuestras almas para poderlo recibir de nuevo.