Aprendiendo a amar a nuestra Madre
Hace unos años tuve el caso de un señor de unos 70 años que no era católico, pero que venía a mi iglesia todos los domingos a la Santa Misa. Pertenecía a una de las miles de denominaciones protestantes. Después de varios años oyendo la Santa Misa, escuchando las predicaciones y asistiendo a cursos bíblicos y teológicos que impartía, me preguntó un día: Padre Lucas, ¿qué tengo que hacer para ser católico? Yo le expliqué el proceso, que no iba a ser largo pues ya tenía toda la formación necesaria y aceptaba todas las enseñanzas católicas. Lo único que le quedaba por hacer era la profesión pública de su fe católica. No necesitaba bautizarse de nuevo, pues según preguntamos en el obispado, el bautismo que había recibido en su anterior confesión era válido.
Después de todos los preparativos necesarios, un día antes de celebrar la Santa Misa, y con toda la congregación reunida, él hizo públicamente confesión de su fe y rezó el Credo. Desde ese momento ya participó plenamente en la Santa Misa, recibía la Eucaristía...
Pasaron unos meses y un día le pregunté: ¿Qué tal? ¿Cómo va todo? El me respondió: Perfectamente Padre Lucas. Y así creía yo también, pues nunca faltaba a la Santa Misa, se confesaba frecuentemente, etc. Hasta que se me ocurrió preguntarle si rezaba el Santo Rosario. Él me respondió: No rezo ni el Rosario ni el Ave María. Son dos oraciones que no me dicen mucho. Yo sé quién era María, y le agradezco mucho el haber sido la Madre de Jesucristo; pero la verdad es que no le tengo mucha devoción.
Esta respuesta me hizo pensar bastante. Han pasado ya cerca de cinco años desde que ocurrieron estos hechos. Sigue viniendo a la Santa Misa…, pero nunca le veo rezarle a la Virgen… Continuamente me he preguntado: ¿Y eso por qué? A mí me sale solo rezarle a la Virgen. Es más, no podría pasar un día sin rezar el Rosario. ¿Por qué le cuesta tanto a él?
No encontré una posible explicación hasta hace unos días. Fue el mismo Señor quien me lo explicó: Imagínate un hombre de unos cuarenta o cincuenta años que de pequeño fue abandonado por sus padres en un orfanato. Nunca conoció ni trató a sus padres. Nunca tuvo ni padre ni madre. Suponte que un día la madre biológica, movida por el arrepentimiento, encuentra a su hijo y se acerca a él para pedirle perdón y darle su cariño. ¿Tú crees que le será fácil a ese hijo querer a esa madre a la que nunca conoció? Yo me quedé pensando y luego concluí: la verdad Señor que tienes razón. El cariño a una madre se aprende de pequeño. Cuando uno se hace mayor le es natural amar a su madre; pero si uno no ha conocido a su madre de pequeño, de mayor le es casi imposible empezar a amarla.
De todos modos yo sigo hablando con este converso. Le regalo rosarios… y le sigo pidiendo a la Virgen que ya que él no le conoció de pequeño, sea ella quien se le acerque y le muestre su amor para que así se le abra el corazón y la acepte y ame como hacemos todos los católicos.
Ante este hecho yo saco las siguientes conclusiones. Puesto que el cariño a la Virgen María es algo tan fácil de aprender cuando uno es pequeño, debemos intentar enseñárselo así a los más pequeños de la casa.
Cómo enseñar a un niño a amar a la Virgen María
Los pasos a seguir podrían ser más o menos los siguientes:
1.- Desde que el niño tiene pocos meses, enseñarle una imagen de la Virgen y mandarle un beso. Él aunque todavía no sabe quién es esa mujer, pronto aprende que debe ser muy buena, pues le da besos como hace con su madre.
2.- Desde bien pequeñines, consagrar el niño a la Virgen, para que sea ella misma quien se “preocupe” también de ese nuevo hijo que tiene.
3.- Cuando el niño ya tiene poco más de un año, cuando los padres lo lleven a la Iglesia los domingos, ya sea antes o recién acabada la Misa, acercarse a cualquier imagen de la Virgen que pueda haber en la Iglesia, mandarle un beso y hablar con María en voz alta para que el niño lo oiga. En casa, todas las mañanas y noches, rezarle a la Virgen, al ángel de la guarda… y darle besos.
4.- Que esa costumbre de rezarle a la Virgen y besarle no la pierdan nunca durante su infancia. Yo, a mis sesenta años, lo sigo haciendo cada vez que me levanto y me acuesto.
5.- Cuando el niño tenga más o menos siete años, empezar a rezar el rosario en familia todos los días. Probablemente el niño refunfuñará al principio. Pasado un tiempo lo verá como lo más normal del mundo. Cuando sea mayor estará inmensamente agradecido a sus padres.
6.- Y junto a todo esto, que los niños vean que la Virgen María es un miembro más de la familia. Se cuenta con ella para tomar decisiones, se habla con ella, se le da gracias…
7.- Ayuda también mucho en el fortalecimiento de esta devoción la asistencia a las manifestaciones públicas de devoción a la Virgen: Romerías, Rosario de la aurora, procesiones con la patrona del pueblo… Aunque muchas veces se han quedado en meras fiestas populares (bastante paganizadas), si uno saber aprovecharse de ellas puede conseguir mucho.
8.- Otra parte también muy importante es que el sacerdote que celebre la Santa Misa a la que asiste la familia le tenga mucha devoción a la Virgen. El cariño a la Virgen “se contagia”. Si hay alguien cerca de nosotros que le manifiesta continuamente su amor, pronto adquiriremos nosotros la misma “enfermedad”.
Cuando nacimos, el Señor nos dio el primer regalo: la vida. Enseguida recibimos dos más; los más valiosos de todos: la Eucaristía y la Virgen María. Que estos dos regalos, que son los que siempre han dado fuerza a mi vida, sean nuestros dos grandes tesoros. Quien ame a la Eucaristía y a la Virgen María nunca podrá ser condenado; es más tiene asegurada la felicidad en esta tierra y luego, la salvación eterna.
(la misma niña cuatro años después)