Jorgito aprende el valor de las cosas pequeñas
La familia numerosa es escuela de santidad. Y si no, que se lo digan a Jorgito. El lunes se levantó un poco “mosca”, porque su hermana pequeña llevaba días quitándole su sitio en la mesa.
Para evitar discusiones interminables, hacía meses que papá había distribuido los sitios del comedor. Dejó las normas muy claras: nadie podía cambiarse, salvo que otro miembro estuviera de acuerdo. Su hermana, que es muy lista, llevaba días poniendo a prueba la paciencia de Jorgito. Se sentaba en su sitio sin pedir permiso, aprovechándose de su lucha por la santidad. Jorgito la miraba, se armaba de paciencia, y sin decir nada, se sentaba en el hueco que ella dejaba. Un día, dos días, tres días…
El demonio no desaprovecha una oportunidad. Y ya sabemos que si hay algo que le molesta, es encontrarse con un niño que desea ser santo. Por eso, no paró de susurrarle al oído que su hermana era una “aprovechada”. Al principio, nuestro niño luchó mucho por no escuchar, pero al final…
Jorgito acudió al comedor enfadado. Se la imaginaba en su sitio, con esos ojos guasones, mirándolo con picardía (el demonio sabe hacer su trabajo muy bien). Y, en efecto, así se los encontró en cuanto pisó el salón. Nuestro niño no pudo más. Se acercó a su hermana y, sin decir palabra, le arreó un pequeño empujón en el hombro.
La “mala suerte” quiso que ese mismo instante su hermanita estuviera haciendo equilibrios con las patas traseras de la silla. Por eso, la silla cedió y su hermanita fue a parar al suelo, derramándose por toda su ropa el vaso de leche que llevaba en la mano. ¡Menudo desastre!
Mamá, que estaba en la cocina, fue alertada por el grito rompe-tímpanos que pegó la niña. Cuando llegó, se encontró con un paisaje nuclear: la hija manchada al completo, un charco de leche (esturreado a conciencia por el bebé por toda la tarima del salón), Jorgito llorando por el desastre, el hermano mayor riéndose por la que le iba a caer al niño… Y ¡¡solo treinta minutos para llegar al colegio!!
Estuvo a punto de soltar un estufido, sin embargo, sin decir palabra, se metió en la cocina. Sacó una estampita de Santa Marta y pidió ayuda (eso se lo aconsejó don Alfonso antes de partir a su nuevo destino. Santa Marta siempre ayuda a las amas de casa). Respiró profundamente y salió de nuevo. ¡Demasiado rápido! Aún tuvo que repetir este gesto dos veces más antes de que la Santa interviniera para administrarle paciencia:
—¿Qué ha pasado aquí? — preguntó mirando a Jorgito (la cara de susto le delataba).
Jorgito, lloroso, le explicó lo ocurrido. Mamá decidió entonces dividir tareas. Mandó al hermano mayor limpiar el suelo (por reírse), le dijo a la pequeña que se cambiara, y decidió hablar con su hijo menor en la habitación.
—Jorgito, voy a presentarte a un nuevo amigo —mamá le hizo entrega de un pequeño libro—. ¿Conoces a Santo Domingo Savio?
Jorgito meneó la cabeza, no tenía fuerzas para hablar.
—Domingo Savio era un niño que quería ser santo; como tú. Escribió el día que recibió su Primera Comunión “Antes morir que pecar” —el niño dejó de llorar. Mamá había conseguido su atención—. Quería hacer grandes cosas por Jesús, y empezó a hacer importantes penitencias. Algunas, no muy apropiadas para su edad. Cuando San Juan Bosco se enteró, le prohibió que siguiera con ellas. ¿Sabes por qué?
De nuevo, meneó la cabeza.
—Porque Don Bosco le enseñó que la santidad no está en las grandes cosas, sino en las pequeñas. El primer día que le dejaste a tu hermana el sitio, el Señor se puso muy contento. Fuiste generoso. Pero más se pondría el segundo, el tercero… ¿Sabes por qué? Porque la constancia es más valiosa, Jorgito. Y cuesta más. El demonio no te tentó el primer día, sabía que no caerías… Pero, es muy astuto y esperó. El heroísmo del primer día ya no era aliciente para dejarle el sitio a tu hermana. Por eso, eras presa fácil. ¿Lo entiendes?
Jorgito meditó… y se quedó maravillado. ¡Qué difícil era la lucha del cristiano! Mamá, satisfecha por el silencio inteligente de su hijo, lo dejó a solas con su libro y se marchó. Aún tenía pendiente dos charlas con sus otros retoños.
Como es lógico, todos llegaron tarde al colegio. Jorgito tuvo que dar explicaciones a la seño. Mamá le dijo que era su obligación. Por la tarde, el niño pidió a su padre que lo llevara a la Iglesia para confesar. El hermano mayor hizo lo mismo. Querían quitarse sus pecados cuanto antes. Don Antonio, al escucharlos individualmente en su despacho, se alegró de que no tuviera más parroquianos tan escrupulosos como esta familia. “Si todos fueran así, no podría salir de mi despacho”, se dijo aliviado.
Jorgito, ajeno a estos pensamientos, se marchó a casa deseando que llegara la noche. Sabía que le estaría esperando en su oración Santo Domingo Savio, su nuevo amigo. Y quería preguntarle muchas cosas. Aquel día nuestro niño se durmió muy tarde.
A la mañana siguiente, Jorgito estaba preparado para encontrar a su hermana en su silla. Había aceptado renunciar a su sitio de forma permanente. “La lucha está en las cosas pequeñas”, se dijo. Cual fue su sorpresa cuando vio su sitio despejado. Su hermana estaba bebiendo su leche en la silla que le correspondía. Nada más sentarse, la niña le aclaró:
—Yo también hablo con Jesús. Anoche me explicó lo que era la envidia. ¡Lo siento mucho, Jorgito!
Nuestro niño se emocionó y se levantó de su sitio. Le dio un fuerte abrazo a su hermana. Estaba orgulloso de ella. El problema es que, al volverse, se encontró a su hermano Guille (de dos añitos) sentado en su silla. En una familia tan numerosa, el que no corre, ¡vuela!
Fue un momento tenso… Las miradas se dirigieron a nuestro protagonista… Silencio…
De repente, Jorgito estalló de risa. Esta vez el demonio no había logrado su propósito. Y no hay nada que le siente peor que la risa de un niño que quiere ser santo. Su nuevo amigo, Domingo, le había enseñado que el humor era muy importante. Y … ¡nadie dijo que la lucha iba a ser fácil!
Mónica C. Ars
Nota: Este artículo está tomado del blog www.adelantelafe.com Recomendamos encarecidamente este blog a todo aquel que quiera recibir una formación espiritual seria tal y como Cristo desea y espera de nosotros.