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Una Comunión para la muerte

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Teología y Catecismo.

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El Señor cuando estaba entre nosotros nos dijo: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá eternamente” (Jn 6:51). Jesucristo instituyó en la Última Cena el sacramento de la Eucaristía para que nosotros, los fieles, pudiéramos comenzar a gozar de la vida eterna aquí en la tierra.

Hace unos días, tuve un funeral en mi parroquia. El difunto era persona bien conocida de todos, por lo que la asistencia a Misa fue masiva. Mi sorpresa fue cuando en el momento de recibir la Comunión, se hizo una larguísima cola para recibir el Cuerpo de Cristo. Yo conocía a la gran mayoría de las personas que habían acudido y sabía muy bien que muchos de los que estaban en la cola no venían nunca a Misa, ni se habían confesado en años. La verdad es que quedé muy triste y dolorido al ver con qué falta de delicadeza se acercaban a recibir al Señor.

Hasta no hace mucho tiempo, en las misas de funeral solían comulgar cinco o seis personas; pero ahora da la impresión de que todo el mundo puede acceder a recibir al Señor sin haber examinado previamente el estado de su alma. A estas personas habría que recordarles, como yo hago con bastante frecuencia en mis sermones, que para recibir al Señor el alma debe estar limpia de pecado mortal. Aunque para decir verdad, ¿quién se cree hoy día que está en pecado mortal? Hasta hace pocos años, decir eso era suficiente para detener en sus bancos a aquellos que no frecuentaban la Iglesia; pero hoy día, hay que descender a los detalles: No pueden comulgar aquellas personas que no vengan todos los domingos a Misa, haga más de un año que no se confiesan o su alma no esté limpia de pecado mortal.

Pero parece que estos avisos tampoco son escuchados. Se está oyendo tanto sobre el “derecho” de los “arrejuntados” para recibir la Sagrada Comunión que para la gente ya no hay barrera y cualquiera puede recibir el Sacratísimo Cuerpo de Cristo sin examinar previamente el estado de su alma.

Después de lo que me ocurrió en la citada Misa de funeral, he tenido que cambiar mi discurso. Ahora les aviso de que no deben acercarse a recibir la Sagrada Comunión si su alma no está limpia pues esa Comunión, que normalmente es sacramento de vida eterna, puede transformarse en sacramento que les cause la muerte.

Cuando les digo eso sus rostros manifiestan atención y extrañeza. ¿Cómo puede la Eucaristía causarnos la muerte? Entonces les explico con crudeza las palabras de San Pablo en la Carta a los Corintios: “el que come indignamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11:28).

La Eucaristía, lo más santo que Dios puso en nuestras manos, está sufriendo un violento ataque por parte del demonio y de aquellos que se han rendido a él. El demonio sabe muy bien que si es capaz de convencer a una persona que no está preparada a que reciba la Eucaristía, ese alma ya es suya, le pertenece. Y algo que tendría que ser para nosotros “anticipo del cielo” se transforma en causa de nuestra muerte eterna.

Me resulta realmente alarmante escuchar a veces a algunos obispos tratar tan a la ligera este sacramento y abrir las puertas de par en par a todo aquél que lo quiera recibir aunque su alma no esté preparada. Comunión para adúlteros, homosexuales activos y convencidos, protestantes que no renuncian a su fe ni abrazan la religión católica… Un obispo que sea capaz de hacer eso ya no es “buen pastor” sino un instrumento del demonio. Y parece ser que hoy día hay muchos obispos que se han cambiado de bando.

Así pues, en pocos años hemos destruido lo más santo y lo hemos convertido en un instrumento muy útil en manos del demonio para acabar con la vida de las personas. Algo que Cristo instituyó para darnos la vida eterna, se ha transformado para muchos en instrumento de su condenación.